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lunes, 19 de septiembre de 2011

RELATIVISMO

Es fácil ponerse hablar porque todos tenemos algo que decir, pero es difícil conseguir que los demás nos escuchen y estén de acuerdo. En ningún tema se discute tanto, ni las opiniones se enfrentan y se superponen una y otra vez como cuando se trata del tema moral, pareciese ser el más opinable, el tema donde cada uno puede y debe tener su propia opinión, y ninguna puede imponerse. Así mismo, cuando se cree que haya acciones en sí mismas injustas y malas, cuando se afirma que es sólo nuestro modo de usarlas el que da su sentido a las calificaciones morales, cuando se mantiene que sólo es justo y bueno lo que llamamos “justo” y “bueno”, entonces nos encontramos rodeados  de una moral o ética relativa. 
El relativismo moral plantea la reivindicación del derecho de los individuos a fijar sus propias reglas sin límite ni medida. Quien no acepta esto rechaza la democracia y la tolerancia, de esta manera se señalaría que existe un nexo indisoluble entre el relativismo y la democracia, debido a que se piensa que es un componente fundamental de la convivencia humana para lograr un régimen democrático. Se mezclan ideas diversas en un discurso contradictorio, pues se niegan los principios que rigen la conducta humana y que fundamentan la dignidad de la persona. El relativismo reafirma el necesario “respeto” que nos merece el otro, quien es diferente justamente porque sostiene puntos de vista que no son los nuestros, pero no es respeto lo que se emplea sino tolerancia y permisividad. El tolerante sostiene: creo firmemente en mi verdad, pero también creo que debo respetar la de los demás, esto desemboca graves consecuencias, las cuales vamos a detallar a continuación.
Una moral o ética relativa acarrean las siguientes consecuencias: En primer lugar, se niega la posibilidad de conocer y saber en qué consiste la naturaleza humana y mucho menos, dilucidar si es algo estable e inmutable. Se cae en un error al pensar algo así, debido a que si es posible saber racionalmente y de un modo simplemente natural, qué es la naturaleza humana. El hombre como ser racional y libre, con una serie de exigencias naturales, tales como la vida, la integridad, la educación, etc. que le son debidas por la naturaleza que ostenta.
En segundo lugar, una moral relativa origina la negación de la existencia de principios universales evidentes que rigen la conducta humana en todo tiempo y en todo lugar, de principios más fuertes que toda ley que los contradiga, estos principios se llaman Derecho Natural. El primerísimo de ellos es: “se debe hacer el bien y evitar el mal” y los derivados de este, el derecho a la vida, a la procreación y a la búsqueda de la verdad, entre otros. La Ley Natural no es una opinión, una creencia religiosa, una posición ideológica, es un imperativo que surge de la misma naturaleza de las cosas, con la cual se estrellan las distintas leyes injustas promulgadas.
En tercer lugar, la influencia de una moral o ética relativa conlleva a la promulgación de leyes simplemente para llevar a cabo los requerimientos e intereses de las mayorías o minorías según sea el caso, sin considerar que éstas sean injustas y permisivas. La permisividad significa que uno ya no tiene prohibiciones, ni territorios vedados, ni impedimentos que lo frenen, ella se sustenta sobre una tolerancia total, que considera todo valido y licito, con tal de que a cada uno le parezca bien. Lo correcto es que toda ley reúna los tres valores del derecho: el bien común, justicia y seguridad jurídica, es decir, que la ley no sea hoy y en este lugar interpretada y aplicada de una manera, y mañana y en otro lugar, de otra. Así mismo, las leyes jurídicas deben estar fundadas en el principio de considerar a la humanidad como fin en sí misma y cuando se ordena algo que es contrario a este principio nos hallaríamos delante de una ley injusta que puede y debe desobedecerse.
Considero como una locura quien pretenda legalizar el aborto argumentando que un feto no es un ser humano y por tanto no tiene derechos, que tan sólo es una parte del cuerpo de la madre y que ella es la indicada para decidir qué hacer con él,  otras veces, se alega que el feto presenta malformaciones y que tendrá una vida infeliz y será una carga, no importa que clase de excusas se tengan, el aborto no deja de ser un asesinato; en cuanto a la eutanasia, también conocida como muerte dulce, para evitar sufrimientos y morir rápidamente inyectando una sustancia letal o no administrando suero o alguna otra medicación básica, no es más que matar a una persona alegando una finalidad “buena”; la congelación y descongelación de embriones y la utilización de células madre provenientes de embriones humanos, por su parte, no son más que la instrumentalización de realidades personales sólo como medios para alcanzar un fin haciéndolos legítimos porque están en una ley, no por ello dejarán de ser un proceder injusto,  seguirán siendo contrarios a la naturaleza del hombre, y sobre todo porque no son cuestiones relativas, ni opinables, ni mucho menos están sujetos a consideraciones interesadas.
Y por último, la influencia de una ética relativa obstaculiza la obtención del bien común.  Pero ¿en qué consiste el bien común? Se trata del inmenso conjunto de bienes materiales y espirituales que forman el patrimonio de una sociedad, tales como, su geografía, sus paisajes, sus aguas, sus riquezas naturales, su nivel de vida, su capacidad de producción, su patrimonio artístico, su lenguaje, sus costumbres, su folclore, el orden público, etc. y también forma parte del bien común el que esté bien repartido. El bien común no se puede lograr espontáneamente, ni tampoco aportando lo que a cada uno le gusta, le apetece o se le ocurra, al contrario cada miembro de la sociedad debe contribuir conscientemente para conseguirlo. 
En conclusión, el relativismo moral termina por alejarnos de las exigencias naturales a las que todo hombre libre y digno les son debidas por naturaleza, pero a las que siempre se tiene que retornar. No es aceptable reconocer como derecho aquellas leyes injustas porque lo injusto permanece injusto, así sea promulgado bajo la apariencia de una ley, que luego termina por estrellarse contra los principios universales surgidos de la propia condición humana.
La moral es el arte de vivir como un ser humano, en cambio, la moral relativa cambia según la persona, nos da la sensación de que es inestable y provisional, de que las preferencias, los gustos, los intereses y puntos de vista la conforman, y hacen de la realidad algo opinable.
No debemos olvidar que ante la permisividad, que tiene por eslogan la frase: “todo vale”, es necesario perseguir y apostar por los valores inmutables que dan trascendencia al hombre y que deben plasmarse en nuestras leyes. Además, el único camino a la convivencia real es promover la interacción, respetar los derechos fundamentales basados en la dignidad de la persona y la búsqueda del bien común para así superar el relativismo moral que nos acecha.



FELICIDAD Y VERDAD

Todo hombre busca de una u otra forma alcanzar la verdad y tiene como mayor aspiración ser feliz. El problema radica en determinar qué es verdad y que es felicidad y cómo lograr obtenerlas. A veces pensamos que ser feliz es poseer bienes materiales, en otras ocasiones, suponemos que la felicidad es gozar de este o aquel placer, en uno u otro caso, nos deja insatisfechos y frustrados no conseguir lo que queremos, y nos consideramos infelices. Por su parte se considera a la verdad como una meta inasequible,  y que, por tanto, hemos de renunciar a ella, u otras veces, se cree que la verdad no existe, que ella es una falacia, y se prefiere optar por darle a la opinión el matiz de verdad, que si está al alcance de cada sujeto.

Según Santo Tomas de Aquino, descubre que hay en el hombre un deseo natural de ser feliz que lo estimula a buscar su verdadero fin, sin dejarse engañar por la atracción de los bienes finitos, que prometen más de lo que pueden dar, y en todo caso nunca pueden dar todo lo que el hombre busca.

Aquino ha establecido, que Dios es el fin último de la creación y de las criaturas y ha precisado y en qué sentido lo es. Dios es el principio y fin último de muchos entes creados que no pueden ser felices, y podrían ser que Dios fuese el fin del hombre, pero sin que el hombre pudiera llegar a dios, de modo que los deseos humanos quedasen completamente saciados.

La felicidad no está en el orden del tener, es decir no es un sentimiento, ni placer, ni un hábito ni mucho menos es un estado; sino que la felicidad está en el orden del ser, es decir una condición de la persona misma: la conformidad íntima entre lo que se quiere y lo que se vive.

La felicidad del hombre se encuentra en la contemplación de la verdad. Esta es la única operación propia y exclusiva del hombre, de la que ningún otro animal es capaz; y no se ordena a ningún otro fin: la contemplación de la verdad es buscada por sí misma. Para esta operación el hombre se basta así mismo, ya que apenas necesita la ayuda de las cosas exteriores. En cambio las demás operaciones se ordenan a la contemplación de la verdad. Por ejemplo: la contemplación de la verdad exige la salud del cuerpo, fin al que se ordena todos los trabajos necesarios para la vida; presupone el control de las pasiones, fin de las virtudes morales y de la prudencia, y el logro de la seguridad exterior, fin de la actividad política. En suma, y bien miradas las cosas, todas las funciones humanas parecen estar al servicio de la contemplación de la verdad.

A pesar de la complejidad que encierra cada una de ellas (la verdad y la felicidad) no son cuestiones opinables ya que ambas conllevan a que el hombre alcance su plenitud, su perfección.


La felicidad y el sentido de la vida
Todo discurso sobre la felicidad tropieza con una maraña de dificultades. En efecto, < el concepto de la felicidad es un concepto tan indeterminado que, si bien todo hombre desea alcanzarla, nadie, sin embargo, es capaz de decir de manera precisa y coherente qué desea y quiere en verdad>.
Los testimonios más antiguos indican que este término quiere decir <<prosperidad>>, <<posesión de bienes>>, aunque hay textos en que parece implicar un estado de paz, de serenidad interior.
Según Aristóteles considera y compara las diversas opiniones de los hombres acerca de la felicidad. Excluye que el placer, la riqueza y los honores puedan darnos la felicidad, porque deseamos esos bienes para ser felices, mientras que nadie busca la felicidad en vista de ellos. La conclusión de su investigación es que lo bueno por sí mismo es la vida conforme a la razón o vida virtuosa. Lo que hace feliz al hombre es la perfección de la actividad según la razón, perfección a la que llamamos virtud.
Aristóteles distingue dos dimensiones en la razón, la teórica y la práctica, las cuales a su vez corresponden a dos tipos de virtudes, las intelectuales y las morales. Pero solo a través de las virtudes intelectuales el hombre obtiene la felicidad perfecta, esta felicidad es la “actividad contemplativa”; entendida esta como un género de vida totalmente orientado a la búsqueda de la verdad, a la sabiduría, que implica purificación y en cierto sentido autotrascendencia, es por ello que para éste filósofo, la contemplación es la actividad “más excelente, la más continua, la más agradable y la más autosuficiente” y es en virtud de ella y, en general de la razón humana, que el hombre se sitúa en un grado superior con respecto a los demás seres vivos, como los animales, los cuales no participan de la felicidad por estar completamente privados de razón. Pero, llega a esta conclusión dado que al ser el entendimiento lo más divino que hay en el hombre, la contemplación será la actividad más excelente y autosuficiente. Por lo cual la felicidad radicará en la contemplación teórica de la verdad. De tal forma que hasta donde se extienda la contemplación, se extiende la felicidad.
Pero para que Aristóteles afirme que la contemplación es una actividad excelente y autosuficiente, y por tanto nos conlleva a la felicidad perfecta, compara la actividad de un sabio y un justo, en donde el justo necesitará de otro para que practique la justicia, sin embargo el sabio practicará la contemplación aun estando sólo, por ello la contemplación es la actividad que se ama en sí misma, pues de las actividades prácticas siempre se obtiene algo aparte de ellas.
Así mismo, Aristóteles habla de un segundo tipo de felicidad, una felicidad imperfecta, la cual se basa en la observancia de las virtudes morales, por lo cual, únicamente los hombres que regulan su conducta conforme las virtudes éticas serán merecedores de esta felicidad, siendo así que, Aristóteles asegura que pocos serán los que la consigan, dado que “la mayor parte de los hombres viven a merced de sus pasiones y de lo que es hermoso y verdaderamente agradable ni siquiera tiene noción”, pues para que el hombre logre ser virtuoso debe actuar moralmente bien, debe adquirir hábitos, en donde sus facultades superiores de la razón y la voluntad lo deben inclinar a elegir lo bueno y rechazar lo malo, y en un supremo grado lo deben inclinar hacia la contemplación de la verdad más alta.
La conclusión obtenida hasta ahora es que el bien último o felicidad del hombre consiste en la contemplación de la verdad y secundariamente en la vida regulada por las virtudes éticas. Pero Aristóteles la matiza cuando añade que eso es verdad “sólo en la medida en que ser feliz depende de nosotros”. Con lo que parece afirmar que la felicidad con un tercer elemento que no depende enteramente de la conducta del sujeto agente. La felicidad comprende también los ocios del hombre libre, la facilidad de las condiciones materiales de existencia, la tranquilidad del alma, las amistades convenientes y de la actitud benévola de la divinidad hacia los hombres. Sin embargo, debemos tener en cuenta que este último elemento lo integra Aristóteles debido a que consideraba que la felicidad sólo sería posible en la armonía existente entre el hombre y el mundo, entre el individuo y la polis, entre el hombre y la naturaleza, entre la polis y sus dioses. Es así que, en virtud de lo expuesto Aristóteles define al hombre como un animal racional, político y ético.
Para Santo Tomás de Aquino ha establecido que Dios es el fin último de la creación y de las criaturas y ha precisado y en que sentido lo es. Dios es el principio y fin último de muchos entes creados que no pueden ser felices, y podrían ser que Dios fuese el fin del hombre, pero sin que el hombre pudiera llegar a dios, de modo que los deseos humanos quedasen completamente saciados. Para Aristóteles el bien más alto y la felicidad posible para el hombre es la contemplación de Dios a través del conocimiento especulativo, pero él mismo entiende que así no se obtiene una felicidad perfecta, sino solo una felicidad a modo humano.
Tomás de Aquino se pregunta, por tanto, qué actividad o que bien puede saciar bien el deseo humano y si esa actividad existe y si está al alcance del hombre.
Aquino se pregunta en primer lugar si puede hacer feliz al hombre algunos de los tipos de vida que suscitan admiración, deseo y tal vez envidia: la salud y la autoconservación, la vida llena de riqueza, la buena reputación de quienes han realizado obras de gran valor (científico, artístico, etc), la fama de los que triunfan, los diversos placeres e incluso la satisfacción general de quien se siente feliz.
Sin lugar a duda la respuesta es negativa, debido a muchas razones, las cuales se pueden resumir en cinco. Primero, porque la autoconservacion, la riqueza, el honor, etc., no pueden excluir por sí mismas la presencia de otros males de diversos tipos (como por ejemplo: en el plano moral, en la salud, etc.). Segundo, porque muchos de estos bienes son queridos en orden a otros o consecuencias derivadas de otros. Tercero, porque la felicidad que proviene de estos bienes no tiene garantizada la estabilidad, que en todo caso va a depender de la fortuna, circunstancias, del propio deterioro de la vida física del hombre, etc. Cuarto, la posesión de estos bienes no detiene la vida ni sacia el deseo.  Por último, ante la posesión de estos bienes finitos, y por más abundantes que sean, la voluntad humana tiene ansias de infinito que no le permite descansar completamente.
Así mismo, se pregunta por la razón teórica, por lo propio de la razón en cuanto que busca conocer la verdad de las cosas; tanto en su existencia como en su esencia. Pues la inteligencia cuando conoce la existencia de algo sin conocer su esencia no se aquieta hasta que llegue a conocer su esencia. Por lo tanto tampoco puede saciar el deseo humano.  Pero la felicidad será un “bien que esté establecido en la misma razón”.
Bajo esta premisa, distingue entre felicidad perfecta y felicidad imperfecta, siendo posible en este mundo la felicidad imperfecta, aquella que se logra principalmente en la contemplación, y secundariamente en la operación de la razón práctica que ordena las acciones y las pasiones humanas (vida ordenada según las virtudes morales); por lo que, la felicidad imperfecta del Aquinate comprende los dos primeros grados de la felicidad a la que se refiere Aristóteles.
La felicidad perfecta sólo es posible cuando no queda nada que desear y buscar; pero como el hombre es un ser finito, que con sus solas fuerzas naturales no llega descubrir y conocer la verdad de las cosas en sí mismas, es decir, en su esencia, éste no puede saciar completamente sus deseos; y por lo tanto no puede alcanzar la felicidad perfecta con sus propias fuerzas naturales.
Debido a esto, Tomas de Aquino, descubre que hay en el hombre un deseo natural de ser feliz que lo estimula a buscar su verdadero fin, sin dejarse engañar por la atracción de los bienes finitos, que prometen más de lo que pueden dar, y en todo caso nunca pueden dar todo lo que el hombre busca. Y que este deseo natural es propio del hombre, pues es una huella de Dios (la esencia divina) dejada él. Por otro lado, la felicidad imperfecta consiste en la contemplación y en la vida ordenada según las virtudes morales.
Entre ambas felicidades existe una conexión esencial, en cuanto que la felicidad imperfecta constituye en sí misma una participación de la felicidad perfecta y esta última es la culminación de aquella. Debido a que los preceptos morales contiene lo necesario para que se consolide el natural orden de la razón hacia el fin último, que es la visión de Dios (felicidad perfecta), y para que la razón guíe según ese orden las acciones y pasiones humanas de manera que el hombre no se aparte de su camino hacia la visión de Dios a causa de un comportamiento errado ante lo bienes finitos. Es lo podemos comprobar dado que el hombre actúa según los preceptos de su razón práctica, que responde a la ley Natural, que viene hacer la participación de la ley Eterna en el hombre.
Otros filósofos manifiestan, que la felicidad entendida en sentido inclusivo y formal, es un fin natural y necesariamente querido por cada hombre, en la medida en que ejercita en la acción la inteligencia y la voluntad. Ésta definición permite superar algunas dificultades provocadas por la complejidad conceptual y por la polisemia del término felicidad.
También podemos decir que la felicidad es un estado mental, es decir un estado afectivo de ánimo
La felicidad es aquello a lo que todos aspiramos, por el mero hecho de vivir, significa para el hombre plenitud, perfección; por eso, toda pretensión humana es pretensión de felicidad, el cual exige la plenitud de desarrollo de todas las dimensiones humanas. Los clásicos acostumbraron a decir que la felicidad es ese fin, el bien último y máximo al que todos aspiramos, y que todos los demás fines, bienes y valores los elegimos por él. La felicidad seria, pues, el bien incondicionado, el que dirige todas nuestras acciones y colma nuestros deseos. Consiste en la posesión de un conjunto de bienes que significan para el hombre plenitud y perfección. La pregunta sobre la felicidad es siempre de carácter existencial: no es algo que nos importe en teoría, sino en la práctica. Este posee un carácter bifronte: la cual, constituye el móvil de todos nuestros actos, pero nunca terminamos de alcanzarla del todo.
La felicidad consiste, radicalmente en la liberación del mal; de esta manera, la vida buena era para los clásicos: la familia y los hijos en el hogar, una moderada cantidad de riquezas, los buenos amigos, buena suerte o fortuna, la fama, el honor, la buena salud, y sobre todo, y sobre todo, una vida nutrida en la contemplación de la verdad y la práctica de la virtud.  Esta vida buena incluye en primer lugar el bienestar, es decir; unas condiciones materiales que permitan estar bien, y en consecuencia tener “desahogo”, “holgura”, suficiente para no andar siempre preocupado por los mínimos de supervivencia.  Esta calidad de vida incluye, “la salud física y psíquica”, el cuidado del cuerpo y de la mente, y la armonía del alma; “la satisfacción de las diferentes necesidades humanas y contar con las adecuadas condiciones naturales y técnicas en nuestro entorno”.  Además, el modo de ser acorde con la persona es ser con otros, y el modo más intenso de vivir es el amor. Buena parte de la felicidad radica en tener a quien amar y amarle efectivamente, hasta hacerle feliz: la felicidad va unida al nombre propio que uno tiene y a los lazos que sabe crear desde la propia intimidad personal.  Por último, hay que recordar que lo más profundo y elevado  del hombre está en su interior, por eso, el camino de la felicidad, es un camino interior. De esta manera, la felicidad afecta primariamente al futuro, puesto que el hombre es un ser futurizo, abierto hacia adelante. Uno es feliz cuando disfruta con lo que tiene, y con lo que aún no tiene, pero espera. Si ser feliz consiste en realizar lo que pretendamos, para lograrlo es preciso tener imaginación, y después atrevimiento para querer y soñar. La “imaginación funciona como un bosquejo de la felicidad “por eso los principales obstáculos para la felicidad son el temor y la falta de imaginación. La felicidad no es un sentimiento, ni un placer, ni un estado, ni un hábito, sino una condición de la persona misma la cual exige una conformidad íntima con nuestra condición. Debemos encontrarla en la cotidianidad; una cotidianidad profunda es la fórmula más probable de felicidad. Este sentido a la vida no se identifica con la felicidad, pero es condición de ella, pues cuando falta, cuando los proyectos se han roto, comienza la penosa tarea de encontrar un motivo para la dura tarea de vivir. La ausencia de motivación y de ilusión es el comienzo de la pérdida del sentido de la vida.  Dicha felicidad consiste en alcanzar la plenitud, la cual está en el fin, que es lo primero que se desea y lo último que se consigue.
La felicidad como fin último da sentido a semejante distinción: la distinción entre bien y mal en sentido moral, recto y errado, justo e injusto, tiene sentido porque indica al hombre el camino para la verdadera felicidad
Ahora bien, la distinción entre verdadera y falsa felicidad es explícitamente negada por los que sostiene la tesis subjetivista, para los cuales no existen pautas ontológicamente objetivas de la felicidad, sino que cada uno es juez inapelable de su propia felicidad.
Es admisible que nadie puede juzgar si un sujeto se siente feliz si no es el sujeto mismo. La tesis subjetivista que niega o ignora toda pauta ontológicamente a de felicidad es plausible si se refiere a la felicidad en sentido subjetivo o hedonista. Pero la cuestión de la felicidad no termina ahí: más allá de las posibles vivencias de felicidad existe la cuestión de ser feliz, de llevar una vida que sea verdaderamente feliz.
Por consiguiente, no puede decirse que cualquier felicidad sea importante para el hombre. Se impone una distinción, que suele expresarse tanto en el lenguaje corriente como en el filosófico, entre formas auténticas y formas ilusorias de felicidad.
Confundir felicidad con placer es una grave equivocación. El placer es momentáneo y la felicidad pide permanencia. El placer es parte de la felicidad, es una realidad humana muy positiva, pero no es la felicidad.
El placer tiene dos caracteres: por una parte es momentáneo; por otra admite la repetición.
Además es siempre parcial, en el sentido de que afecta nada más a una dimensión de la vida, pero desde ella puede <<llenarla>> momentáneamente.
Un ejemplo tonto: tomar helado de fresa es agradable con las dos primeras bolas. Cunado lo que se pretende es que te tomes cinco litros de helado lo más probables es que acabes odiándolo, además de con una buena indigestión. La felicidad en cambio, afecta la totalidad de la persona: está a un nivel más profundo. En segundo lugar, la intensificación de la felicidad no provoca hastío, sino un deseo de que se haga aún más intensa y honda. Apostar por la felicidad en presente destruye la expectativa de los bienes futuros.
La vida humana considerada en su conjunto tiene una tonalidad. En cada momento nos sentimos bien o mal. La felicidad surge cuando esta tonalidad buena o mala afecta a la vida en su conjunto.
Hay el peligro de no ver(de no vivir) la felicidad por tener malestares, inconvenientes, sufrimientos reales que no impiden ser feliz; y a la inversa, se  buscan placeres, éxitos, bienestar, dejando en hueco el fondo de la vida, y entonces la felicidad se escapa. Es frecuente que las personas a las que les va muy bien estén en el fondo descontentas, agriadas, malhumoradas; es que han buscado cosas y conseguido cosas-dinero, posición social, puestos importantes, fama, pero su vida como operación unitaria no se realiza adecuadamente, y así tienen una vida de cosas, pero que no es suya.
La felicidad es realizar un proyecto vital personal, si no estoy conforme con lo que soy, conforme conmigo mismo, sino soy el que quiero ser, entonces no soy feliz.
La felicidad no está en el orden del tener, es decir no es un sentimiento, ni placer, ni un hábito ni mucho menos es un estado; sino que la felicidad está en el orden del ser, es decir una condición de la persona misma: la conformidad íntima entre lo que se quiere y lo que se vive. Esto irradia felicidad aun en las situaciones más penosas…. una felicidad precaria, difícil, combatida, pero felicidad a pesar de todo.
Por ello, se puede ser feliz en medio de bastante sufrimiento, y a la inversa, se puede ser infeliz en medio del bienestar, de los placeres, de lo favorable.
La vida lograda, felicidad o autorrealización exige la plenitud de desarrollo de todas las dimensiones humanas, la armonía del alma, y ésta, considerada desde fuera, se consigue si hay un fin, un objetivo que unifique los afanes, tendencias y amores de la persona, y que dé unidad y dirección a su conducta. Los clásicos acostumbraron a decir que la felicidad es ese fin, el bien último y máximo al que todos aspiramos, y que todos los demás fine, bienes y valores los elegimos por él. La felicidad sería, pues el bien incondicionado, el que dirige todas nuestras acciones y colma todo nuestros deseos. Ese bien incondicionado no sería, evidentemente, medio para conseguir ningún otro, pues los contendría a todos y alcanzarlo supondría tener una vida lograda.
La felicidad afecta primariamente al futuro, puesto que el hombre es un ser futurizo, abierto hacia adelante. << Ser feliz quiere decir primariamente ir a ser feliz puesto que si ya es feliz, es que se va a seguir siéndolo. Es más importante la anticipación que la felicidad actual: si soy feliz, pero veo que voy a dejar de serlo, estoy más lejos de la felicidad que si no soy feliz pero ciento que voy a serlo>>.
La felicidad es algo radical, que afecta a la persona en lo más profundo, en su propia vida. La felicidad no es un sentimiento, ni un placer, ni un estado, ni un hábito, sino una condición de la persona misma.
La felicidad consiste en alcanzar la plenitud, la cual está en el fin, que es lo primero que se desea y lo último que se consigue.
En conclusión, la felicidad perfecta no consiste esencialmente en la voluntad, sino en la visión de Dios, aunque a esta visión se siga ciertamente el gozo inefable de la voluntad que es como la consumación de la Felicidad. Por lo que la felicidad consiste esencialmente en un acto de la inteligencia, a la que se sigue el gozo de la voluntad.
Vivir humanamente es sentir la necesidad de la verdad
¿Qué es la verdad? Esta pregunta la han formulado, de un modo u otro, los filósofos de todos los tiempos, debido a que todos los hombres están obligados a buscar la verdad, están obligados a adherirse a ella en la medida en que la van conociendo. La búsqueda de la verdad no es una especie de lujo, patrimonio de algunos seres extraños, sino imperativo vocacional de todo hombre por su condición. Cabe hacer mención que: Nacimos para la verdad, aunque nos empeñemos algunas veces en vivir en el error.
Muchas son las causas del ocultamiento de la verdad, pero una de ellas es la que viene dada por la falta de deseo de admiración, de conocer qué son las cosas realmente. Quien deja de admirar abandona también la búsqueda de la verdad. La persona que hace de la verdad el faro de su existencia no abandona nunca la inquietud de conocer su propia realidad. Sólo quien admira y pregunta ¿qué es esto? Está en condiciones de óptimas para salir al encuentro de la verdad.
Estamos en una época de exacerbado subjetivismo. La verdad es sustituida y puesta al mismo nivel que la opinión personal. El yo pienso se identifica sin más con las cosas son así, pero hay que decir que una cosa son las cosas y otra distinta lo que yo opino de ellas. Mi verdad es una falacia. No existe mi verdad, lo que realmente existe es la verdad. Haciendo alusión a lo mencionado anteriormente es menester mencionar un breve pensamiento de Susanna Tamaro que dice: De pequeña me decían: ¿Por qué no vas a jugar en vez de hacer preguntas más grandes que tú? Pero yo quería la verdad. Quería la verdad de mi vida y en mi vida. Quería una verdad que me hiciese comprender también la verdad de todas las demás vidas. Después, cuando crecí, me dijeron que la verdad no existía o, mejor dicho, que existían tantas verdades como hombres hay en el mundo, y que buscar la verdad era una pretensión infantil, ingenua e inútil. Este pensamiento hace alusión a la incansable lucha que sostiene el hombre por conocer la verdad. Evidentemente todos somos conscientes de que incurrimos con frecuencia en el error, de que nos equivocamos; pero este hecho, por continuo que sea, no ha desanimado a la humanidad. 
Hoy en día existen posturas erróneas acerca de la forma de concebir a la verdad, tales como el historicismo, que es aquella tesis que sostiene que la verdad no ha sido siempre igual: que varía según las culturas. En cada época los hombres ven las cosas de manera distinta; por tanto, la verdad no es siempre igual. La verdad no resiste a la historia. Por otro lado, el escepticismo niega toda posibilidad de ir más allá de la opinión. Por tanto, esta postura niega la capacidad humana para alcanzar la verdad. Por fortuna, no todo es opinable. Lo que se conoce de forma inequívoca no es opinable sino cierto. Y no se debe tomar lo cierto como opinable, ni viceversa.
El subjetivismo, por su lado, surge precisamente cuando la inteligencia prefiere colorear la realidad según sus propios gustos: entonces la verdad ya no se descubre en las cosas sino que se inventa a partir de ellas. La causa más frecuente del subjetivismo son los intereses personales. Con frecuencia, la atracción de la comodidad, de la riqueza, del poder, de la fama, del éxito, del placer, pueden tener más peso que la propia verdad. El subjetivismo, además de afectar a lo más trivial, también deforma las cuestiones más graves como por ejemplo: el terrorista está convencido de su causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el suicida se quita la vida bajo el peso de problemas no exactamente reales, agigantados por su enfermiza subjetividad, etc.
La verdad es lo que, al mantenerse en presencia, no se sume en el tiempo, y por tanto, no cae en el olvido, porque no se pasa, no se va. El paso del tiempo no le afecta, y por ende, puede ser conocida por todos los hombres. Así mismo, el hombre no podría vivir, sino tuviese la convicción de que sus facultades cognoscitivas le llevan a la verdad.
La verdad no consiste en la opinión de la mayoría, ni en el común denominador de las diferentes opiniones. Por eso, elegir como criterio de conducta lo que hace o piensa la mayoría de la gente constituye una pobre elección, y suele ser coartada de la propia falta de personalidad o del propio interés. Además, invocar la mayoría como criterio de verdad equivales a despreciar la inteligencia.
El hombre no inventa la verdad, se acerca a ella y la recoge con reverente humildad. La verdad al no ser creada por la mente humana nos preexiste y nos trasciende y su esencia no reside en su utilidad. Todo hombre está empeñado en la indagación de la verdad y cuando se la descubre amorosamente en el silencio de la meditación, se adhiere al alma y le infunde vida interior.
La verdad es la adecuación entre el entendimiento y la realidad, depende más de las cosas que del sujeto que las conoce. Es el sujeto quien debe adaptarse a la realidad, reconociéndola como es, de forma parecida a como el guante se adapta a la mano.
En suma, en la búsqueda de la verdad conviene empezar de una buena vez sin prisas, importa no ser escéptico, no renunciar a la tarea de buscarla y servirla, por más que parezca utópica e inalcanzable. Buscar la verdad implica ser fiel a ella, no admitir la mentira en uno mismo.
Hay que apostar por la admiración, por el deseo ilusionado de conocer qué son las cosas. Están bien las valoraciones, opiniones personales, etc. pero no olvidemos que éstas tienen su propio territorio y que no es legítimo traspasar sus límites.
Para que la verdad sea aceptada es preciso que encuentre una persona habituada a reconocer las cosas como son, y el que vive según sus exclusivos intereses suele carecer de fortaleza necesaria para afrontar las consecuencias de la verdad. Si se vive a espaldas de la verdad se acaba en la autojustificación. La  historia humana es una historia plagada de autojustificaciones más o menos pobres.
Muchas veces nos hemos preguntado ¿qué validez tienen los conocimientos filosóficos? Tanto la ciencia como la filosofía llegan a verdades ciertas y cuando no pueden hacerlo, intuyen soluciones más o menos oscuras pues si bien es cierto como declaración de principios se puede decir que la filosofía busca la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Pero la realidad es compleja, difícil de racionalizar en esquemas simples, el hombre libre puede escoger entre diferente intensidad pero si escoge el relativismo suprime la validez objetiva de las verdades y abre la puerta del todo vale, por donde siempre va a entrar lo irracional. El relativismo, al sustituir el bien las relaciones reales por subjetivas, al concebir de forma subjetiva la verdad y el bien, es una forma equivocada de entender la vida si la verdad fuera subjetiva todas las acciones podrían ser buenas acciones y también podrían ser buenas y malas a la vez si los juicios éticos solo fueran opiniones subjetivas, todas las leyes podrían estar equivocadas.
En nuestra vida diaria a veces mencionamos frases como Un verdadero vino, verdadero oro y a veces decimos este vino es bueno, este oro es puro, este cuadro es hermoso. En ambos casos queremos la verdad en general. Pero existe una diferencia entre los dos géneros de expresión la primera expresa una verdad ontológica y la segunda una verdad lógica, la verdad ontológica, expresa el ser de las cosas en cuanto responde exactamente al nombre que se le da, por consiguiente, está conforme con la idea divina de la que procede. Las cosas en efecto son verdaderas en cuanto se conforman con la idea divina de la que procede. Las cosas en efecto son verdaderas en cuanto se conforman con las ideas según las cuales han sido hechas. Conocer esta verdad, es decir conocer las cosas tal y como son e allí la tarea de nuestra inteligencia, por otro lado la verdad lógica expresa la conformidad del espíritu con las cosas, es decir con la verdad ontológica.
En definitiva el hombre tiene el deseo de conocer la verdad, y la procura satisfacer mediante la vida contemplativa. Este deseo se verá colmado en la visión beatifica cuando al contemplar la verdad primera se le manifieste todo lo que naturalmente deseaba conocer.
La relación entre felicidad y verdad
La felicidad del hombre se encuentra en la contemplación de la verdad. Esta es la única operación propia y exclusiva del hombre, de la que ningún otro animal es capaz; y no se ordena a ningún otro fin: la contemplación de la verdad es buscada por sí misma. Para esta operación el hombre se basta así mismo, ya que apenas necesita la ayuda de las cosas exteriores. En cambio las demás operaciones se ordenan a la contemplación de la verdad. Por ejemplo: la contemplación de la verdad exige la salud del cuerpo, fin al que se ordena todos los trabajos necesarios para la vida; presupone el control de las pasiones, fin de las virtudes morales y de la prudencia, y el logro de la seguridad exterior, fin de la actividad política. En suma, y bien miradas las cosas, todas las funciones humanas parecen estar al servicio de la contemplación de la verdad.
La felicidad es el bien perfecto que aquieta totalmente el apetito: de lo contrario no sería el último fin, si aún quedase algo por apetecer. El objeto de la voluntad, que es el apetito humano, es el bien universal, lo mismo que el objeto del intelecto es la verdad universal. De lo que resulta manifiesto que nada puede aquietar la voluntad del hombre, sino el bien universal, que no se encuentra en nada creado, sino solo en Dios: porque toda criatura solo tiene el bien participado. Por consiguiente, solo Dios puede colmar la voluntad del hombre. “Es el quien colma de bienes tu deseo. Queda, pues, claro, que solamente en Dios consiste la felicidad del hombre.
Dotado de entendimiento, el hombre tiene el deseo de conocer la verdad, y la procura satisfacer mediante la vida contemplativa. Este deseo se verá colmado en la visión beatifica cuando al contemplar la verdad primera se le manifieste todo lo que naturalmente deseaba conocer.
Además, el hombre como ser racional, tiene también el deseo de ordenar y organizar las cosa inferiores, a lo que dedicaba su vida activa y social. Este deseo tiende, ante todo, a organizar toda la vida humana conforme a la razón y, por tanto a vivir según lo exige la virtud. Así, todo hombre virtuoso procura con su acción el bien de la virtud que posee.
En esta vida no puede lograrse la perfecta y verdadera felicidad, sino solamente una cierta participación en ella. Dos consideraciones lo demuestran. Ante todo, que la razón general de felicidad: “bien perfecto y suficiente”.
Gracias a sus facultades naturales, el hombre puede alcanzar en esta vida una felicidad imperfecta, al mismo tiempo que adquiere la virtud en cuyo ejercicio consiste precisamente dicha felicidad. Pero la felicidad perfecta consiste en la contemplación de la escena divina.